viernes, 30 de marzo de 2012

Libertad sin ira

¡Paladines del mundo, uníos! Y así, con el puño en alto y con la pancarta como ariete, se dirigían raudos a combatir contra los opresores, contra esos grandes empresarios, henchidos de odio, vanagloriándose apostados a las puertas de sus... panaderías. Porque ayer, los únicos que cerraron fueron las panaderías, los bares o las zapaterías (pobre zapatero). Los grandes comercios hicieron frente a la temida Guardia Pretoriana del Palestino.

Y yo os pregunto, indignados del mundo: vosotros, que culpáis de todos los males a los políticos, a los banqueros, a los especuladores y a los grandes (y tiranos) empresarios, ¿estáis satisfechos? ¿De verdad consideráis un éxito el que los pequeños comerciantes, ésos que no llegan a fin de mes, que están ahogados por las trampas y que hacen una caja de 40 euros diarios, no abrieran ayer? ¿Acaso dejaron de trabajar, por ejemplo, Rajoy, Botín o Amancio Ortega?

En parte hasta os entiendo. Estáis frustrados. Salís a la calle, veis cómo abre El Corte Inglés, como entran a trabajar los currantes, cómo la inmensa mayoría de la gente está más preocupada de no perder su trabajo que de qué pasará si lo pierde, y lo único que se os ocurre, lo único que podéis hacer para descargar vuestra ira, es poner silicona en la cerradura de una mercería de barrio, o amedrentar (por decirlo suavemente) a la señora que quiere, porque está en su puto derecho, abrir su frutería.

Eso sí, a las dos de la tarde, cuando ya os habéis manifestado, os tomáis la cervecita en un bar. Porque al bar no le habéis puesto silicona.

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