El tema que me ha inflado los correspondientes motivos para escribir hoy no es otro que la ya tan visible Torre Cajasol, el rascacielos que crece a pasos agigantados en la Isla de la Cartuja de Sevilla. Más allá de entrar a valorar lo acertado o no de su construcción, lo que me produce una mezcla de risa y pena es el debate sobre la conveniencia o no de seguir con el proyecto. ¿De verdad cabe la posibilidad de, tras años de obras y miles de millones invertidos, parar el mastodonte? ¿De echarlo abajo? Pues sí, cabe. Y ese es el problema. Que aquí somos tan imbéciles que permitimos que las cosas se hagan sin consentimiento, pensando que, total, como ya hemos empezado, no nos van a decir que paremos ahora. Y la Justicia es quien, casi tres años después de que empezasen las obras, todavía no ha emitido un veredicto.
Otro asunto con el que me hierve la sangre y que ha logrado que mi confianza en la Justicia sea la que es, es la reincidencia. Y no hablo de reincidir 2 ó 3 veces, no. El otro día escuchaba en la radio cómo a los carteristas del Metro de Barcelona, con más de 200 detenciones a sus espaldas, los seguían poniendo de patitas en la calle a la media hora de ser pescados con la mano en bolsos ajenos. De repente imaginé la situación a la entrada de la comisaría:
- Hombre Florin, ¿otra vez por aquí? Ayer te eché en falta
- Sí agente, es que ayer era domingo, y yo los domingos libro
- Bueno, ¿y la familia? ¿Todos bien?
- Sí agente, ya sabe, Ileana embarazada, pero no deja de trabajar
- Eso está bien. ¿Qué ha sido esta vez? ¿Cartera, bolso, móvil?
- No agente, una cámara de fotos. Es que es más fácil venderla luego
- Te las sabes todas Florin. Venga, firma aquí y promete que vas a ser bueno a partir de ahora
- Claro agente, como siempre
- ¿Quieres un café?
- Sí agente. Con doble de azúcar, ya sabe. Como siempre
Muy Revertiano Rut!
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